lunes, febrero 25, 2008

Petroleo Sangriento.... la mejor pelicula de los ultimos años

There will be blood......


La historia de antología de un magnate petrolero. Una actuación soberbia, una cinta que corre lenta como un río de lava. Reseñamos la última de Paul Thomas Anderson, una película GRANDE, con mayúsculas.

Por Diego Muñoz.

Petróleo Sangriento es una película de aquellas. Y no hablo de toda la pompa con que llega, las nominaciones al Oscar, las flores de la crítica o los premios que ya se ha ganado. Es de aquellas porque, apenas parte, uno se empieza a sentir chiquitito. Como si todo lo que pasara en la pantalla fuera más grande que uno y que todos los que están en el cine. Ya saben, “Épica”. Con mayúscula.

Aunque no pase nada, uno siente ese “no sé qué” de las grandes películas. Grandes de verdad. Como las de Kubrick, como las dos primeras Padrino, como Apocalypse Now o El Tesoro de la Sierra Madre. ¿Te acuerdas de esa pequeñez que sentiste viendo 2001: Odisea en el espacio por primera vez? La pantalla nunca fue más grande y uno nunca tan insignificante. Podías no entender un carajo, podías estar aburrido incluso, pero lo que pasaba en la película era… enorme.

Ésta es una de esas películas que hay que masticar, que te deja para dentro y que, si vas con amigos, monopoliza completamente la conversación a la salida del cine. Sin ser una película tramposa ni con grandes giros, uno nunca adivina para dónde va y siempre sorprende. Pero no se siente nunca como algo artificial o excesivamente “armado”.

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Petróleo sangriento cuenta su historia de manera lineal y con naturalidad durante buenas dos horas cuarenta y sin ninguna choreza de director pintamonos. Paul Thomas Anderson, el mismo niñito que a los veintisiete llamaba la atención con Boogie Nights (97) y que después cargó la pantalla de imágenes imposibles (e inolvidables) en Magnolia (99), escoge ahora despojarse de todos los artificios y la parafernalia para dejar sólo lo otro que de todas maneras ya hacía muy bien: contar una historia con buenísimos personajes. Sin cámaras locas, ni volones, ni saltos temporales. Sin simbolismos, metáforas del mundo actual, ni cosas que uno tenga que “descifrar”. Petróleo… es una película clásica y atemporal. Ni pastiche, ni homenaje, ni refrito.

La historia gira en torno a la vida de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), un magnate petrolero que anda con su guagua para todas partes y que está armando de a poco su imperio. A él le llega el dato de un pueblucho que podría tener petróleo, y para allá parte con su hijo. Claro que ahí chocará con Eli Sunday (Paul Dano, el mudito daltónico de Little Miss Sunshine), un joven que es algo así como el líder espiritual bueno para los milagros de su comunidad.

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Lo que sigue es un relato que se toma su tiempo en avanzar y que decide estrujar hasta el final a los pocos personajes que participan, siempre en torno a Plainview. Y Plainview… se pasó. Créanme que estamos ante uno de los mejores y más humanos monstruos que han salido del cine en los últimos años.

La actuación de Day-Lewis es todo lo que se dice que es, y más. Aparte del Oscar que se va a llevar el domingo, van a tener que mandar a hacer trofeos nuevos para darle, y todos los actores con ganas de premio, mejor que se esperen hasta el 2009, porque compitiendo con este señor tienen cero posibilidades. (Una lata por Viggo Mortensen, por ejemplo, que está increíble en Promesas del Este). Son tantos los matices de Plainview como personaje, y tan completo su descenso a los infiernos (de ahí las comparaciones con Ciudadano Kane, otro monumento a la deshumanización), que, cuando la película termina, uno queda físicamente exhausto. Agotado por lo largo del viaje. Deprimido. Y hasta asustado de haber tenido tan cerca a este demonio. Porque eso es. Traten de no pensar en el diablo cuando lo vean empapado en petróleo e iluminado por las llamas, con los ojos desorbitados y esa música espantosamente terrorífica de fondo, cortesía de Johnny Greenwood (el de Radiohead).


La principal gracia de este personaje es que uno empieza a entender de a poco que lo que vemos de él, su sonrisa, su amabilidad y sus “relaciones públicas” son en realidad una máscara bien delgada de lo que hay debajo. Del ser que odia a todo lo que califica como “gente”, y para quien tener que interactuar con otro ser humano es un cacho. Sea quien sea. Porque la máscara delgada a veces se le corre, o se le triza. Cuando se enoja, cuando las cosas no salen como él quiere o cuando lo traicionan.

Si no tienen problemas con las películas “lentas”, van a tener su recompensa. Hay escenas que son increíbles. Mini películas en sí mismas, con su propio universo, donde hay tantos giros y emociones concentradas que lo único que uno puede hacer es quedarse sentado con expresión idiota mirando la pantalla, sorprendido por el nivel del talento que se está desplegando ahí adelante. Una conversación por aquí, un accidente por allá, una revelación. Todo de primer corte, filete.

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No voy a arruinarles nada, pero ojo con la escena del bautizo. Fíjense en todo lo que está pasando ahí. Piensen dónde empieza y dónde termina. Cuántos conflictos hay a punto de reventar, cuántos descubrimientos están haciendo los personajes y cuántos demonios están purgando. Es una escena que hace reír, que asusta, que tensa las situaciones al máximo y que arma a los personajes delante de nuestros ojos. Y la última escena, ni hablar.

No sé si Petróleo sangriento está en las mismas ligas que los clásicos que nombré al principio. No sé si es tan buena. No lo sé todavía, porque esta película me sigue penando, tal como hará con aquellos que enganchen y que no les moleste la lentitud o la onda general que tiene. Lo que sí sé es que me hizo sentir que presenciaba algo que va a perdurar. Algo que quizás nuestros hijos descubrirán y encontrarán tremendo. Una película que van a pasar en las universidades (en varias carreras, no sólo en Audiovisual o Cine) y sobre la que los estudiantes tendrán que hacer sus buenos papers.

Paul Thomas Anderson es uno de los grandes, y hay que estar ahí cada vez que estrene algo. Se lo ganó.